Cada vez que regreso a Mogador descubro algo, me atrapa alguna otra dimensión de la ciudad del deseo. Ahora veo que la presencia de las gaviotas se ha transformado. No sólo hay muchas más sino que desde hace poco tiempo dejaron de anidar exclusivamente en la isla, a un kilómetro de distancia, y lo hacen en todos los rincones de la ciudad. La gente las consiente, convive con ellas, como con los mil y un gatos que calientan y animan con su ronroneo todas las sombras. Dicen que Mogador hace hoy con las gaviotas lo que hace siglos hizo con gacelas. Mogador, que está llena de amuletos y augurios, ha hecho de estas aves signo propiciatorio, emblema alado y sonoro de aquello que se desea e incluso del deseo: Porque son muy enamoradas, por esa manera siempre hambrienta que tienen, porque no admiten sujeción y por la belleza de su vuelo. Y justamente anoche, mientras escribía esto y acomodaba imágenes para mostrárselas, una pareja en algún cuarto vecino gritaba de gozo mientras el coro delirante de las gaviotas nos pasaba por encima. Fue un momento intenso y bello.
Por Alberto Ruy-Sánchez